04.04.2020

CINE_Sesion inaugural del ciclo de literatura y psicoanálisis de la BCFB: Sade y Liberté, con Albert Serra

Es un placer muy especial contar con Albert Serra para esta sesión de inauguración del ciclo de literatura y psicoanálisis sobre el erotismo, que organiza la BCFB en colaboración con la biblioteca Jaume Fuster.

Si algo compete especialmente al psicoanálisis eso es la sexualidad. La aparición del psicoanálisis supuso una revolución, en tanto la invención del inconsciente se fundó en el descubrimiento de que la represión de ciertos deseos sexuales creaba síntomas. Freud se esmeró entonces en crear un método que sirviera para descifrarlos, con la idea que eso los haría desaparecer. De ese modo, puso en el mundo al psicoanálisis: una práctica del tratamiento del sufrimiento que incumbe a la sexualidad.



¿por qué entonces invitar a Albert a hablarnos de una película para abrir un ciclo sobre el erotismo en la literatura? Pues bien, consideramos que su cine, pero especialmente su última película, Liberté, muestran cuestiones fundamentales acerca de la sexualidad, la pulsión y el erotismo.

Tanto Freud como Lacan tuvieron la posición de dejarse enseñar por los artistas, decían que son ellos los que llevan la delantera. Entonces, si la obra de Serra muestra en escena cuestiones que tocan a la naturaleza de la sexualidad es porque, de alguna manera, eso que se da a ver en su cine constituye una escritura. Una escritura tal y como concebía Lacan la escritura. Una suerte de marca sobre un real.



Liberté

Hablaré un poco de mi lectura de la película.

Liberté se desarrolla enteramente en el transcurso de una noche. Se puede intuir, se escucha susurrar, que una gente va a venir a un bosque a practicar sexo al modo del libertinaje francés del S.XVIII, en donde los allí convocados, darán rienda suelta a sus impulsos, sus fantasías, sus deseos sexuales. A medida que avanza la noche, vamos presenciando una serie de encuentros sexuales de sus personajes, habiendo combinaciones distintas, homo y heterosexuales, de una o varias personas, y también masturbaciones y prácticas sadomasoquistas, demandas de ser pegados, dañados, bañados, etc.

Liberté es una película de pocas palabras, algunas frases, suspiros y mucho silencio. El lenguaje no nos cuenta nada, sino que más bien, está al servicio de atrapar ciertos estados del alma o desgarros del ser.

La naturaleza parcial de las pulsiones aparece en toda su amplitud. La cámara raras veces encuadra una acción. Sus imágenes muestran el momento de vacilación, el claroscuro, el vaivén entre el interior y el exterior, entre el sujeto y sus objetos. Los cuerpos desnudos no remiten a ninguna forma ideal, podrían ser los nuestros. Sus personajes, igual que el espectador, entran en la noche del bosque paulatinamente, quedando inmersos en una atmósfera donde la búsqueda de la consecución del placer los comanda, y paradójicamente, cada uno de ellos, va lentamente difuminándose, casi hasta desaparecer en el alba. El placer por tanto, no es la condición constante en la vida. Ya Freud apuntó que éste era episódico, y buscaba anular el displacer. Y en esa línea tan fina, tan compleja, entre lo que impulsa la búsqueda del placer y su viraje hacia el dolor, se ubica el escenario de Liberté.

Liberté muestra de qué modo la sexualidad no tiene nada que ver con un sujeto que encuentra su objeto de deseo, “su media naranja”. Muestra como, en lo tocante a la sexualidad, no hay reciprocidad. Allí sujeto y objeto vacilan… Freud decía que “la pulsión no tiene objeto”, pues cuando el sujeto cree alcanzarlo, resulta no ser ese, o resulta que el sujeto mismo, lo borra.

Si Liberté es la antítesis de una película pornográfica, es precisamente porque da a ver la sexualidad y no el poder. Consuena con la soledad, el aislamiento, con el impulso y la búsqueda del deseo, con la imposibilidad de alcanzar al otro, con la impotencia de la fantasía, incluso con cierta desesperación. Y toda esa combinatoria introducida en el misterio de la noche, en aquello que difumina las fronteras, consigue atentar contra nuestra unidad narcisista. Entonces, como Albert nos la presenta, Liberté es un poema en la noche.

Escritura

Pienso que Lacan entendía la poesía en un sentido amplio. “Poesía” indicaría una suerte de acción que se hace sobre la materialidad misma del lenguaje, el lenguaje antes de organizarse en sentidos. Y en el resultado de esas operaciones, en esas “escrituras”, se introducían nuevas creaciones en la cultura. Lo que llamamos cambios de “paradigma”, siempre son alteraciones de discurso, cambios en los modos en que se organiza la construcción del sentido.

En esa lógica, el psicoanálisis podría ser considerado un poema de Freud sobre el discurso de la ciencia, en tanto logró realizar una nueva escritura del padecimiento humano. La aparición del psicoanálisis, forzó los límites de la medicina y la psicología, de algún modo, los rebasó e inventó otra cosa.

El juego (jouer) del artista (y aquí recuerdo la homofonía en francés entre juego y goce) es fundamental para la poesía. Porque cualquier juego introduce sus propias reglas, es un modo de tratamiento de la pulsión del artista. La creación resultante, será una obra de arte que nos mira, nos interpela, nos habla. Las buenas obras de arte no quieren decir nada, más bien, ofrecen formas inéditas de lo real.

En algunas ocasiones he escuchado a Albert Serra hablar de su método, y de allí se sustraen una cantidad de cuestiones que son apasionantes para el psicoanálisis. Por eso lo invitamos hoy abrir este ciclo, porque pensamos que de alguna manera, su cine y su método, escriben hoy en día algo muy original.

Yo diría, -y eso es una lectura mía-, que su cine es una nueva “escritura”, que fuerza la definición misma de lo que es el cine; al igual que hizo Joyce con la literatura.

Sadismo Puritano

Quisiera ahora, para concluir, evocar un escrito exquisito del psicoanalista Jacques Lacan de 1963, titulado “Kant con Sade”. En ese texto Lacan contrasta dos autores que aparentemente se hallan en las antípodas uno del otro: el filósofo alemán Immanuel Kant, y el filósofo y escritor francés, el Marqués de Sade. Uno se erigió como el máximo exponente de la virtud, el otro, del vicio.

Lacan plantea allí que Sade da la verdad de Kant ¿Y en qué consiste esta verdad que se revela? Apuntará entonces a la ética, diciendo que Sade muestra que se puede “estar bien en el mal”, que no va de suyo que se esté“bien en el bien”, que la búsqueda del bien, no es algo que se verifica en los deseos y las pulsiones humanas. 

El imperativo kantiano, pretende hacer constante una exigencia con el Bien. Es un esfuerzo de hacer científica, y por tanto objetiva, la ética “Aquello que hay que hacer”, sería para todos igual, independientemente del sujeto. Ese mandato categórico, acaba convertido en un legislador interno al servicio de una máxima universal. Se puede ver entonces la paradoja: cómo, el ejercicio que apunta a liberarse de las pasiones, -que son distintas para cada uno-, se convierte en una voz interna que esclaviza al sujeto a tener que cumplir con una máxima imposible, casi hasta la extenuación. Por su parte, Sade, reivindica un derecho al goce que no conociera ningún límite, ni siquiera el consentimiento del otro.

Lacan en este texto, muestra que Kant coincide con el Marqués. Puesto que no importa tanto si se trata de vicio o virtud, como que ambos pretenden prescindir del sujeto y del objeto sexual, del otro, bajo el fondo de una promesa de libertad. Libertad y muerte, en ambos, están profundamente anudadas. El absolutismo que los empuja, -que es un defensa frente a lo sexual-, acaba por mostrar que el sujeto es el otro. En la destrucción del otro, el sujeto también desaparece. Lacan ve la trampa, y por eso lleva a Sade al terreno del fantasma, de la fantasía. Ese fantasma sadiano de gozar del otro sin ningún límite, es un sueño, un sueño de liberación.

Finalmente, lo que es realmente masoquista, no es tanto el sujeto como el goce mismo. El sadismo, Lacan lo reserva al capitalismo. El capitalismo, negando lo imposible, traspasa cualquier límite. Y no es difícil entrever que bajo el imperio del “todo es posible”, prepare su retorno el más exacerbado de los puritanismos moralistas. Y ya sabemos dónde conducen esos imperativos impuestos “por y para tu propio bien”: a la segregación y la destrucción del sujeto.

Por eso, hoy en día, hacer ciclos como éste es ofrecer nuestra resistencia.

Irene Domínguez.

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