15.09.2022

CINE_Una no-crítica para un no-documental: "història potencial de Francesc Tosquelles, Catalunya i la por" de Mireia Sallarès

Ayer fuimos unos cuantos que no conté a sumergirnos en el CCCB a la proyección de “Història potencial de Francesc Tosquelles, Catalunya i la por” dirigida por Mireia Sallarès y Joana Masó como co-guionista. Mireia es artista post-conceptual, Joana filóloga y escritora de un libro hermoso “Tosquelles, curar les institucions” que gira en torno al legado del psiquiatra.

Un no-documental de dos no-cineastas. Es por tanto la presentación de un objeto muy singular que, no por escapar a categorías estéticas establecidas, carece de rigor o método. No voy a explicaros de que va, no sé si eso es posible. Os invito encarecidamente a verlo.

Su originalidad radica en estar hecho con la forma de lo que trata de transmitir. De este modo, los contenidos se subyugan a las formas, los enunciados a su enunciación. Por tanto, lo que muestra, que no dice, es el decir de Francesc Tosquelles. Y esa enunciación está al servicio de operar una apropiación de su modo de estar en el mundo. Así, más que contar, hace uso de una transmisión.

La película gira alrededor del miedo a la locura y la circunscribe a un lugar: Catalunya. El lugar da el marco para una historia, pero no de un relato de los hechos, sino de la historia potencial que, en tanto tal no existe, está en el futuro. Mireia Sallarès nos cuenta que la historia potencial es una tesis que tomó de Ariella Azoulay. Este no documental desbarata la idea clásica de la historia, la que siempre escriben los ganadores. Trastoca y subvierte también la psiquiatría y sus instituciones, a partir del hacer de Tosquelles. Muestra la presencia del miedo, pero también sus modos de combatirlo.

El film arranca con un recuerdo exquisito; narra Francesc que siendo joven asistió a un partido de futbol en un manicomio donde el árbitro, hijo del director, pitaba faltas inexistentes para mantener a distancia a los locos. Allí descubre que los psiquiatras tienen mucho miedo a la locura. En esa falta inexistente la férrea normalidad eleva un muro como defensa, haciendo de la locura un peligroso déficit que hay que mantener apartada del mundo. Esa experiencia del miedo, será una marca inaugural para la construcción de todo lo que emprenderá en la vida.

Se muestran dos vertientes del miedo. Está el miedo de la vivencia de la guerra civil, donde nada sirvió para nada. Es el horror, la destrucción. Cuando estamos inmersos en la guerra no hay siquiera enfermedad, porque no hay sujeto. El manicomio era un refugio, las trincheras un antídoto contra la neurosis. Pero también está la vertiente vértigo del miedo. Ese vértigo empuja al sujeto adentrarse en terrenos desconocidos. Es la señal de que es necesario atravesar ciertos umbrales para poder acceder al deseo.

Esta película, a partir de la idea de historia potencial, nos habla del deseo. Porque el deseo, siempre inatrapable, es lo que va por delante, es lo que debe advenir, está en el futuro. El deseo contiene los anhelos de aquello que se quiere alcanzar. Es el deseo de Tosquelles que renace de la mano de estas rescatadoras de experiencias fracasadas. Y precisamente ese ejercicio va a situarlo de nuevo en el punto de partida.

El deseo no se adviene con el ser, menos con la eternidad. El deseo es potencialidad porque no es, no consiste, pero insiste. El deseo es un destello, un empuje que se produce gracias a un determinado desencaje del sujeto. Tosquelles abandera la destitución del yo, ese espejismo que nos diferencia del otro y nos impide adentrarnos en su alteridad. Por eso, hasta cierto punto, en este no-documental, Tosquelles no es ni mito ni héroe, no es nadie, sino que presta su persona para encarnar un deseo de transformación social del que su directora se hace cargo. 

La película es un collage de voces que se prestan a la propuesta de leer el pensamiento y el modo de hacer que habitó la vida de Francesc Tosquelles. Pero este ejercicio de lectura no recae sobre las elucubraciones eruditas de expertos en historia, psiquiatría, teología o sociología, sino sobre el modo en que cada entrevistado entiende ese legado. Cada uno desarrolla su aportación desde el sujeto político que es y la relación que tiene con lo que ha sido llevado a hacer en la vida. Así, desde la invitación a interpretar a Tosquelles, cada voz aporta un pedazo al collage de esta historia potencial. El no-saber del que se parte, ese desconocimiento, instaura un vacío central que va produciendo aportaciones sesgadas, inventadas, imaginadas… y que, no obstante, vehiculizan una verdad.

Las intervenciones de activistas, prostitutas, poetas, monjas, profesores, psicoanalistas, familiares se combinan e intercalan con textos que evocan al personaje en cuestión. Estos fragmentos desencajados producen una imagen calidoscópica; nos hablan de un hombre que vivió la guerra civil, y que dirigió el hospital psiquiátrico de Saint Alban. Las reglas del juego allí estaban desbaratadas. Se puede captar muy bien el gusto de Tosquelles en descolocar al sujeto, en descompletar el saber instituido, en ser siempre extranjero, y esto, lejos de desatar el caos y el descontrol, era un motor para la constante puesta en cuestión de lo que allí se hacía. Francesc Tosquelles juega con las vanguardias de principios del siglo XX: el surrealismo catalán de los pagesos, el anarquismo libertario, los juegos de palabras, el uso material del lenguaje… piensa con las manos, amb els dits, juega con el art brut y por supuesto practica el psicoanálisis.

Si la historia potencial evoca el deseo humano que siempre está por venir -sin idealizaciones ni esperanzas- no lo hace sin mostrar que, paradójicamente, también está detrás, es eso que empuja desde siempre. La potencialidad que buscamos ya estaba en las luchas de los que nos antecedieron. El pasado, por tanto, participa de esa historia potencial, recupera la voz de las derrotas y hace pasar una transmisión.

Pero aún hay un elemento más para que la operación alquímica de la historia potencial logre su cometido, su vibración. Es una clave de lectura que atraviesa toda la película. Me refiero al estatuto central que tiene la mierda, el cagarro, el fracaso. Porque la locura es convocada para encarnar todo aquello que rechazamos por evocarnos el ser de deshecho que somos. Por ser aquello que viene a desgarrar muestra imagen narcisista, por ser testigo del abandono primordial que nos constituye. Porque el loco, cuando nos mira, no ve a nadie. La locura, decía Lacan, es lo más interesante del ser humano, el problema es que hay personas que la padecen.

El art brut se hace testigo de esa mutación. Porque el deseo no opera con nuestra buena imagen, sino con aquello incurable e indecible que habita en nosotros; está hecho con nuestra mierda. Esa oscuridad constitutiva podemos solo padecerla y entonces enfermamos, o además transformarla. La invitación es hacer de esa mierda una expresión vital, colectiva, incluso divertida de la extraña experiencia de ser seres hablados, sexuados y mortales.  

Las cuatro horas que nos reunieron en el auditorio del CCCB desafiaron la apatía, la impotencia y el miedo de los tiempos en que vivimos. Ese encuentro con Tosquelles, Mireia, Joana, Verónika, Marta, Éric y el público produjeron un destello de la puesta en forma del deseo humano. Una invitación a buscar en nosotros modos de resistir a la pulsión mortífera de la civilización.

Irene Domínguez

https://colochosblog.wordpress.com/2022/04/21/una-no-critica-para-un-no-documental-historia-potencial-de-francesc-tosquelles-catalunya-i-la-por-de-mireia-sallares/

 

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