22.04.2021

TEATRO_¿De que parlem mentre no parlem de tota aquesta merda? La calòrica – Teatre Nacional de Catalunya

Se levanta el telón: en la escena, un atril de plástico transparente, para dar discursos, y una sobria taza de wáter: blanca, sin tapa. Dos objetos aparentemente inconexos, feos, exentos de ningún interés… y hete aquí, que, en el transcurso de hora y media, La Calòrica, va a mostrar la inexorable conexión entre ambos. Tras ver esta sublime obra de arte, no podréis seguir ignorando los misterios que en ella se revelan.



El título mismo ofrece pistas: hablar, hablar, hablar… hablar mucho, no parar nunca de hablar… y así, mutatis mutandi, apuntan al frío corazón de lo indecible. El teatro con ellos sigue tratando de una escena que remite a la Otra escena. El parloteo humano, a fuerza de desmentir lo real -como si de una operación alquímica se tratara- ha convertido la palabra en mierda. El milagro ha acabado por atascar al mundo. Atasco que en sí pasaría sin pena ni gloria, si no fuera por el pequeño detalle, que la taza del wáter viene a ser, más o menos, una metáfora de nuestro planeta.



La obra trata entonces, de los avatares que corre a una joven y entusiasta compañía de teatro que se hacen llamar La Calòrica en el local que acaban de alquilar por una cantidad desorbitada, para dar vida a sus creaciones. Una planta baja en un edificio de una ciudad que podría ser, por ejemplo, L’ Hospitalet del Llobregat, pasará a ser, tanto el centro de operaciones artísticas, como el corazón mismo del escenario. La próxima obra que tienen en mente es, además, la que estás viendo.

Así, con desenfado, las intimidades de sus integrantes, se convierten -como hace más de una década nos ha acostumbrado la telebasura- en material de la propia ficción. Ellos eligen hablarnos de sus defecaciones. No por un morbo especialmente escatológico, no… sino porque han sufrido un contratiempo que, poco a poco, irá filtrándose en la obra por venir. Su temática consistiría en meterse en la mente y las profundidades del alma de un negacionista climático.

Sí señores: increíble pero cierto. Hay personas en este mundo que no creen que exista el cambio climático. O que sí, creen que cierto deterioro medio ambiental debe haber, pero sus dimensiones no justifican que tengamos que sacrificar los enormes beneficios que los avances de la ciencia y la tecnología nos han proporcionado, así como los inestimables logros en materia de bienestar personal y social. 

La protagonista, una exultante psicóloga y experta comunicadora, nos lo explica con un ejemplo conmovedor: una hermosa niña autista, amante del zumo de uva en brick individual con pajita de plástico, sufre un colapso nervioso a consecuencia de la retirada de este producto del mercado. Y nos devuelve la reflexión ¿vale la pena pagar este elevado coste en nombre de unas políticas de protección del medio ambiente que no han sido suficientemente probadas?

Discursos, debates, palabras, más discursos… una mesa redonda reúne a expertos que opinan sobre el tema. En paralelo a la historia de la ferviente activista-psicóloga en su lucha contra la farsa del cambio climático, la compañía narra los percances con su atasco en el wáter del local. La mierda sigue ahí. El monstruo crece. Aparecen más expertos, esta vez en materia de cañerías. El diagnóstico es aterrador: en la construcción del edificio -presumiblemente para abaratar costes-, el tubo del desagüe se quedó a medio construir. La mierda no se evacua, se infiltra en el suelo provocando un lento pero inexorable resquebrajamiento de los cimientos del edificio. El tema es llevado a la reunión vecinal. Hay que intervenir urgentemente, reparar el desastre, o, más pronto que tarde, el riesgo de desplome es más que probable. El asunto está sobre la mesa, pero hay otros temas… como la papelera que hay que poner bajo los buzones, y nadie tiene ni tiempo, ni ganas, ni interés en el pestilente asunto. Mucho gasto, mucho engorro… así que lo mejor será seguir igual. Si total el problema no se ve… No creen en el problema, así que no existe.

La obra prosigue; cuando los políticos toman cartas en el asunto, cambian el título de la cumbre, los carteles, y a seguir como si nada: a fin de cuentas, el mercado no tiene ideología, lo único que quiere es crecer.

Esta sátira tan divertida y desternillante como angustiante, muestra la robustez de nuestra contemporánea increencia en lo real, que ha devenido el pan nuestro de cada día. Partiendo de la denuncia inapelable a aquellos locos incrédulos del cambio climático, La Calòrica va a mostrar que éstos, no son sólo gobernantes esperpénticos trastornados por el poder en lugares remotos, sino que somos todos. Que más allá de repetir que sí, que vaya desastre, y que los documentales nos den muestras irrefutables de hallarnos a las puertas del punto de no retorno, vamos a seguir sin hacer nada. Que la angustia silenciosa sobre el avance de lo real, empuja nuestra compulsiva y ruidosa necesidad de hablar, denunciar, reclamar, señalar a los otros…

Hoy tenemos claro que el culpable son las ventajas mismas del progreso. Se llama capitalismo. También hacemos discursos expertos sobre el tema. Como si nombrarlo nos fuera a exorcizar de su alcance mortífero. Repetimos una y otra vez que sí, que todo es una construcción social al servicio del amo, del capital y del poder… pero hacer, lo que se dice hacer, a nadie se le ocurre muy bien qué y, mientras tanto, la mierda sigue creciendo.

Por eso la Calòrica, después de sus infructuosas acciones para que reparen el desagüe y de recibir de su propietaria una rebaja sustancial en el alquiler y un parqué nuevo para su local -una oferta irrechazable- deciden hacer como hacemos todos… y se quedan, y sí, la mierda sigue ahí, se huele, cada vez más, pero tienen obras futuras que preparar y, a fin de cuentas, el olor no es para tanto… porque «a todo se acostumbra uno».

Y así es cómo, la metáfora más básica y sencilla sobre lo podrida que está la estructura sobre la que se sustenta el escenario donde nos gusta tanto desplegar nuestro blablablá, la tratamos como si ella misma fuera una ficción. Lo real ha dejado de impresionarnos; por eso la línea divisoria entre realidad y ficción, entre verdad y mentira, entre vida y muerte, se ha fundido para siempre como el queso y el plástico en una pizza incomible que trae un ruberizado repartidor.

“Todo irá bien”, enunciaba un paciente al final de una presentación de enfermos con Lacan. A continuación, éste, lejos de vaticinar su pronta recuperación, señalaba su cercanía con la muerte. La misma frase ondeaba en plena pandemia en los balcones del Ayuntamiento de mi ciudad. Y es que quizás “Tot anirà bé”, podría ser el nombre del trauma contemporáneo. Negando lo real, ¿Qué trauma podría alcanzarnos?.

Irene Domínguez.

https://colochosblog.wordpress.com/2021/04/22/de-que-parlem-mentre-no-parlem-de-tota-aquesta-merda-la-calorica-teatre-nacional-de-catalunya/

Compartir en